Hola, amores.
Hoy os traigo algo diferente y muy personal.
Este escrito que os dejo a continuación es para lograr mi catarsis, mi reivindicación ante el mundo para dejar de sentirme tal y como lo hago.
Os agradecería que leyerais hasta el final. Así os podréis dar cuenta del daño que pueden hacer algunas palabras y de lo cansados que estamos aquellos que nos encontramos en mi lado del campo de juego.
La vida es muy corta como para perder el tiempo buceando en el dolor propio, pero disfrutando del ajeno. Así que, si os sentís frustrados, no volquéis vuestra mala idea en personas que se sienten débiles. Y, por encima de todo, no deis consejos si no os lo piden.
Espero que os guste.

Miro mi reflejo en ese maldito espejo que se ríe de mí desde hace años y no me reconozco.
Sé que estoy ahí dentro. Sé que, en alguna parte de este cuerpo detestable, al que odio con todo mi ser, está la persona que quiero y debería ser… La que de verdad soy, pero que aún se mantiene en la sombra… esperando.
Llevo toda una vida intentando cambiar mi aspecto. Una vida luchando por dejar de parecerme a esa caricatura de mí misma y de la que el destino parece que no quiere que me libre.
Cientos de dietas. Cientos de ilusiones perdidas. Miles de horas de mi escaso tiempo de existencia para encontrar ese milagro que me permita ser aquello para lo que se supone que he nacido. Ilusa de mí.
Cuántas veces he tenido que soportar miradas condescendientes… Cuántas me he castigado a mí misma porque no he logrado alcanzar el maldito listón para ser suficiente.
He oído tantos maravillosos y utilísimos consejos: “Si comieras un poco menos… Si te movieras un poco más… Si… Si…”.
Como si no lo hubiera intentado nunca…, como si me tomara en broma pasar hambre, dolores de cabeza, cambios de humor, depresión, angustia, deseos irrefrenables de que todo cambie. Tanto… que he perdido la cuenta de la de ocasiones en las que me he dicho a mí misma: “Quiero dejar de ser yo”.
Quien haya pasado por algo similar sabe de lo que hablo. Cuántos de nosotros no hemos hecho un esfuerzo titánico y después no hemos obtenido el resultado que queríamos. La triste realidad es que muchos pertenecemos a ese espectro en el que hasta reír nos engorda.
Por mi parte, solo he encontrado una solución a largo plazo, solo una: dejar de comer absolutamente todo lo que me gusta… y para siempre.

Me pregunto si conseguir ese peso ideal tan ansiado compensará algún día tanto sacrificio. Si llegaré a ser por lo menos tolerable para esos ojos que me miran con esa cara de fingida aceptación, cuando por dentro seguro que están pensando: “Pobrecita, no da para más”.
También podemos encontrarnos con aquella “amistad” inestimable que nos dice con dulzura “Si estás muy bien como éstas”, “¿Que has perdido cuánto…? Uy, no adelgaces más que estás estupendamente así” y la mejor para el final: “Con lo guapa que eres si adelgazaras un poquito, estarías genial…”. Jamás se me había pasado esto último por la cabeza, la verdad. Menos mal que me lo has dicho porque estaba perdida y sin tu “ayuda” no me hubiera dado cuenta… En fin.

No olvidéis nunca que detrás de cada persona hay una historia. Un motivo. Un porqué.
A veces es tan difícil salir de este círculo vicioso de autocompasión y aceptar que soy la única responsable de mis actos, que duele. Y no os engañéis, lo soy; como también sé que lo que ingiero es para no haber llegado jamás ni a tener una talla 40; pero la vida es cruel, y es lo que me ha tocado.
Pensaréis que soy de atracones, que soy una comedora compulsiva que no puede cerrar la boca a ninguna hora del día. Nada más lejos de la realidad.

Dicen que hay personas que pueden comer lo que quieren y no cogen peso. Supongo que serán tan fáciles de encontrar como una manada de unicornios de color púrpura. Jamás he conocido a una persona así. Todas aquellas que estaban extremadamente delgadas no comían todo lo que querían; más bien casi no comían, por lo que no me extraña que no tuvieran ni un solo gramo de más.
Si existe alguien capaz de comer hidratos a raciones estándar, azúcar, bebidas gaseosas, alcohol y cualquier alimento procesado con asiduidad y no coger ni un mísero kilo…, entonces me lo creeré. Mientras tanto, permitidme que dude de que alguien pueda comer de esa manera y se mantenga con un peso estable, incluso si sus cantidades son mínimas.
Os preguntaréis que con todas estas reflexiones a dónde quiero llegar: pues a que estoy harta de odiarme. Estoy cansada de luchar y he decidido que, en mi caso, la única manera de no llegar a convertirme en eso que detesto es dejar de pensar en ello.
No sé si habéis oído esta frase: “A lo que te resistes, persiste”. He de decir que estoy convencida de que es así, y no ha sido hasta hace un par de días que por fin lo he entendido.
Me he pasado toda mi vida luchando conmigo misma por no ser aquello que más temía, hasta que lo he logrado. He llegado donde más miedo me daba estar porque, por lo visto, he puesto todo mi empeño en pensar lo que no quería. Dicen que el Universo no entiende el “no” cuando deseas algo. Pues qué faena, ¿verdad?
Quizá os preguntéis si es así de fácil. Si con dejar de pensar en lo que nos produce pavor, como en mi caso es estar muy por encima de mi peso, se puede lograr. Para nada. Aunque os puedo dar algo de esperanza; ya que, lo creáis o no, el cerebro suele convertir en “fácil” lo que repetimos una y otra vez que lo es. Así que, según quieras ver aquello que deseas en tu mente, así lo verás. Repítelo una y mil veces, piensa que lo que anhelas con cada fibra de tu ser es sencillo, y tu cerebro se encargará del resto, puesto que lo que más detesta es tener que trabajar. De manera que pónselo fácil no dándole ninguna oportunidad de hacerte cambiar de idea. Tú decides qué es lo que quieres que sea de este modo y empecínate en que lo vas a conseguir.
Muchos sabéis de lo que hablo. Habéis estado allí o lo estáis en este momento, al igual que yo. Únicamente os puedo decir que ánimo, engaña a tu cerebro y dile que lo has logrado. Dalo por hecho, pero ayúdalo como sabes que debes. Y si no lo sabes, un profesional te dirá cómo.
Por mi parte, os juro que estoy en el punto en el que mis fuerzas han desaparecido. Sin embargo, voy a seguir adelante sin pensarlo. Voy a dejar de analizarlo todo porque es lo que siempre he hecho y me ha devuelto en todas las ocasiones al punto de partida. Y quizás un poco más atrás, pero hoy no. Hoy gano yo porque así lo he decidido, y la recompensa no será solo hacer bajar la cifra en la báscula, sino ensanchar la sonrisa en mi rostro. Porque esta vez puede que llore de felicidad por haberlo logrado y no por perder otra batalla. Porque me merezco esa sonrisa y voy a hacer todo lo posible para que se mantenga.

Estoy segura de que este “relato” es el de muchas personas maravillosas, de personas luchadoras que, aunque una o decenas de veces se dieron por vencidas, volvieron al campo de batalla a luchar por algo que les pertenecía… Algo que nos merecemos ganar y que estoy segura de que muchos, muchos, lo lograrán.
Como habéis podido leer no es algo que haya pensado en una tarde, es algo que llevo sintiendo mucho tiempo. Toda mi vida.
Mi experiencia creo que se puede extender a cualquier tara que veamos en nosotros mismos. Permíteme decirte algo que es una crueldad, que no te va a gustar y que puede que te haga enfadar; sin embargo, esto no le resta veracidad, y es que no vivimos en una utopía. Podemos querernos por encima de todo y debemos hacerlo; no obstante, pensar que vamos a encajar con el “buenismo” generalizado nos aparta de la realidad más absoluta. Y la realidad no es otra que la sociedad nos impone y exige que seamos perfectos. Más altos, más delgados, más guapos, más exitosos, más famosos, más… más… más… El caso es, ¿cuánto más? Yo te ahorro el esfuerzo de pensarlo, hasta el infinito.
No sé vosotros, pero yo me planto aquí. Prefiero bajarme del carro y encontrarme a mí misma, que entre tanta exigencia me he perdido la pista.
Por último, quiero deciros que no estáis solos, que yo estoy aquí. Si quieres hablar conmigo, estaré encantada de escucharte. No soy una experta, ni tengo ninguna carrera de nutrición y mi intención no es suplir a ningún profesional. No obstante, me parece inconcebible que pudiendo dar, aunque sea un poco de aliento a una sola persona, no sea capaz de hacerlo. Estoy segura de que una mano amiga a tiempo, puede marcar la diferencia. Yo puedo marcar la diferencia.
Este es mi blog. En él vuelco mis opiniones y mis pensamientos. Si te he podido ayudar con algo de lo que he dicho, me alegro de corazón.

Sed felices y nos vemos pronto.
Si te apetece, sígueme en mis redes sociales: